El Mes del Respeto a la Vida y la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado, junto con el Jubileo del Migrante en Roma, son celebraciones separadas, pero cada una ofrece el mismo mensaje fundamental. Ese mensaje es el Evangelio de la vida que proclama el valor incomparable y la dignidad de todo ser humano.
Las amenazas a la vida y la dignidad humanas, directas e indirectas, son tan graves como siempre. Entre ellas se encuentran:
Todo lo que se opone a la vida misma... todo lo que viole la integridad de la persona, como... tormentos infligidos al cuerpo o a la mente...; todo lo que insulta la dignidad humana, como las condiciones de vida infrahumanas, las detenciones arbitrarias, las deportaciones… Todas estas prácticas y otras parecidas son en sí mismas infamantes. Degradan la civilización humana, la sociedad humana y son totalmente contrarias al honor debido al Creador" (Gaudium et spes, 27).
En esta recitación, podemos reconocer, por supuesto, amenazas directas como el aborto, la muerte con asistencia médica y la injusta pena capital, pero también el trato reciente a los migrantes y refugiados en todo el mundo. La pregunta para nosotros es: ¿Qué vamos a hacer al respecto?
Mientras que algunos dicen que estos son asuntos de política y que la Iglesia debe mantenerse al margen. "Toda amenaza a la dignidad y a la vida del hombre repercute en el corazón mismo de la Iglesia", tal como lo afirmó el papa Juan Pablo II en su monumental encíclica Evangelium Vitae hace treinta años. Además, dijo, toda persona sinceramente abierta a la verdad y al bien puede reconocer el valor sagrado de la vida humana desde su principio hasta su fin, así como el derecho de todo ser humano a que se respete este bien primario en el más alto grado (Id., 2). En consecuencia, continúa el santo papa, cada vez que cualquier categoría de personas está siendo oprimida en el derecho fundamental a la vida y otros derechos humanos, la Iglesia se siente obligada a hablar con valentía, especialmente en nombre de aquellos que no tienen una voz real (Id., 5).
Tanto en Maryland como en el Distrito de Columbia, la ley civil permite la matanza de bebés en el útero durante los nueve meses de embarazo a pesar de la decisión de la Corte Suprema de Estados Unidos hace unos años que anuló un caso anterior que había declarado que el aborto era un derecho fundamental. También es legal en el Distrito que los médicos dispensen medicamentos letales para que algunos pacientes se maten. También se espera que los defensores intenten legalizar el suicidio asistido por un médico o "ayuda médica para morir" (MAID) en Maryland el próximo año.
El Papa León ha hablado recientemente de una "globalización de la impotencia, en la que corremos el riesgo de quedarnos inmóviles, silenciosos, tal vez tristes, pensando que no se puede hacer nada cuando nos enfrentamos a un sufrimiento inocente". Si bien puede ser cierto que las culturas seculares de DC y Maryland son omnipresentes a favor del aborto y pueden estar abiertas a las mentiras de aquellos que sugieren que "terminar con todo" es la respuesta para aquellos que están enfermos o débiles, la Iglesia, es decir, no solo los obispos y sacerdotes, sino también usted y todos los fieles, no puede sentarse al margen más de lo que no podríamos hacer nada sobre las injusticias sociales del pasado.
Esta es una tarea asignada a todos nosotros, pero me gustaría dirigirme particularmente a mis hermanas y hermanos hispanos sobre nuestro compromiso provida. Dentro de nuestra comunidad, ¿cada uno de nosotros está orando y trabajando por respuestas que afirmen la vida a las mujeres en riesgo de considerar el aborto y a los hombres que podrían estar alentándolos o presionándolos para que terminen con la vida que crece dentro de ellos? ¿Qué más podemos hacer para ayudar a las mujeres embarazadas para que no sientan que tienen que elegir entre la vida para sus bebés o la escuela o el trabajo? ¿Cómo podemos ayudar mejor a las nuevas madres y familias? ¿Cómo podemos cuidar mejor a los ancianos y a otras personas que están al final de la vida, ofreciéndoles esperanza y amor en lugar de una píldora suicida?
"¿Soy el guardián de mi hermano?" Todos conocemos ya la respuesta correcta a esta pregunta de Caín que el papa Juan Pablo cita al comienzo de sus reflexiones en Evangelium vitae. "Caín no desea pensar en su hermano y se niega a aceptar la responsabilidad que cada persona tiene hacia los demás". En nuestro tiempo, continuó Su Santidad, la actitud moderna de Caín incluye una falta de solidaridad hacia los miembros más débiles de la sociedad, como los inmigrantes, entre otros (Id., 8).
Se estima que más de 100 millones de mujeres, hombres y niños se ven afectados por la migración y el desplazamiento en todo el mundo. Junto a sus predecesores pontífices, el papa León en el Jubileo de los Migrantes afirmó nuevamente que "¡nadie debe ser obligado a huir, ni explotado o maltratado por su situación de extranjeros o personas necesitadas! La dignidad humana siempre debe ser lo primero".
El problema es que, con demasiada frecuencia, el respeto por la dignidad humana falta por completo cuando se trata de tratar a personas de otras tierras. Las acciones tomadas ahora contra migrantes e inmigrantes, aunque (todavía) no han implicado un asesinato directo, siguen siendo actos de violencia atroz contra nuestros hermanos y hermanas, violencia que es cada vez más física, pero que siempre tiene como objetivo intimidar y aterrorizar, como admiten los propios funcionarios públicos.
Pero, nuevamente, las personas que están siendo atacadas deben saber que la Iglesia no es indiferente a su sufrimiento. Recientemente, me uní a una gran multitud de peregrinos que caminaron en procesión pública por las calles de la capital de nuestra nación para mostrar solidaridad con la comunidad migrante. Así como Jesús caminó y levantó a los hombres entristecidos de Emaús, llevamos a Cristo y su esperanza y aliento a los vecindarios donde algunos están experimentando ansiedad y desesperación.
El mal presente está causando mucho daño y sufrimiento humano, pero no tendrá la última palabra, así como la Cruz tampoco la tuvo. Tenemos la seguridad de "una nueva posibilidad de vida y salvación que viene de la fe", dice el papa León, "porque no solo nos ayuda a resistir al mal y a perseverar en hacer el bien, sino que transforma nuestras vidas para hacer de ellas un instrumento de la salvación que aún hoy Dios quiere realizar en el mundo" al cuidar a nuestros hermanos y hermanas y promover una nueva cultura de fraternidad.
En este precioso servicio, encomendémonos a María, brillante amanecer de un mundo nuevo y Madre de los vivos. Que ella nos sostenga para que cada uno de nosotros sea peregrino y misionero del Evangelio de la vida y constructor de la ciudad del amor, de la justicia y de la paz.